TRECE ANIMALES
La plaza se encontraba llena de madres acompañadas de niños que jugaban con globos y tomaban deliciosos helados de todos los colores. Y por allí salía Ana con Daniel y sus compañeros de curso, mientras pasaban por el parque corredores con dorsales de diversos equipos locales. Los amigos se sentaron en un banco que un señor de aspecto serio y mirada ceñuda dejaba libre. Hablaban muy animados con un joven adolescente, primo de Ana, del fin de curso, del ocio recobrado ahora en verano, de un posible viaje a Menorca, del pánico a las despedidas en otoño...
ONCE ÁRBOLES
A las seis penetramos en el amplio vestíbulo del hotel en el que ya espera la comitiva de la novia. Un gran adorno rojo y blanco preside la pared en que se abre la puerta al restaurante, tan espacioso que sin duda cabe todo el gentío invitado. Decido pasar cerca de un camarero y tomar de la bandeja que sostiene un vaso lleno de una bebida extraña que sabe dulce y ligeramente áspera. Hace bochorno en el salón. Una mujer, vestida a la moda de los años treinta, reparte caricias y mimos a unos niños que sonríen y toman golosinas de una copa de vidrio. Afuera ocho policías uniformados controlan el acceso a local.
DOCE HABITANTES DEL MAR
Al atardecer, la
lengua dorada del río fluía entre los sauces junto a una enorme roca en que cantaba
llena de fervor una encantadora dama, esbelta como una ninfa de los bosques,
para pedir con su canto al destino que se mostrase piadoso y permitiera a su
amante regresar por el mejor camino posible: el del recuerdo de los días
felices. Una voz contestó: “Para yacer contigo de nuevo has de añadir a tu
nombre el de tu amado y luego acaba llamando al viento de poniente para que lleve
hasta él tu deseo”. La mujer izó su pañuelo al cielo azul de la tarde y lanzó un gritó que
viajó hacia el este como un velero que, con todas sus alas desplegadas, busca la
mar.
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